Un taxista es presidente del gobierno por un día
Tenía tantas ideas para arreglar el país que los asesores del PSOE consideraron que valía la pena intentarlo
(juas, juas)
Faustino Ribera conduce su taxi desde hace más de 40 años. En todo este tiempo, las ha visto de todos los colores: gobiernos de izquierdas, de derechas, dictadura, democracia… Sin embargo, él siempre ha discrepado de los que estaban en el poder, fueran los que fueran. Según su opinión, opinión que lleva cuatro décadas repitiendo sin parar a sus sufridos clientes, él tiene la solución para hacer que este país vaya bien de una vez. Admirados por su determinación y su mente preclara, dos asesores del Partido Socialista que se subieron al vehículo de Faustino, tuvieron una idea: ofrecerle la presidencia del Gobierno. El planteamiento tal vez pueda parecer arriesgado pero, según nos cuentan ambos “Le vimos tan convencido de que sabría arreglar las cosas que sentimos que teníamos que hacerlo. Además, peor que Zapatero no lo podía hacer”.
Sin embargo, se equivocaban. Nada más llegar, Faustino empezó a proponer leyes. Ya las tenía redactadas por si acaso un día le hacían presidente, así que el Congreso pudo aprobarlas rápidamente. La primera fue la pensión vitalicia para todos aquellos que condujeran un taxi, en especial los que se llamasen Faustino de nombre y Ribera de apellido. También se derogaron las normas de circulación, pero sólo para los de su gremio, en la llamada “ley para legalizar las pequeñas pirulas sin importancia que todos hacemos”.
Cuando Faustino estaba a punto de aprobar la norma que obligaba al gobierno a recubrir de oro todos los taxis, un par de simpáticos agentes de seguridad le dijeron que el experimento había terminado y le acompañaron hasta la puerta. Hoy Faustino, de vuelta a su vida normal, recuerda con nostalgia aquel día en que lo tuvo todo y culpa a los de siempre de haberlo perdido. Mientras le entrevistamos, se salta tres semáforos y atropella a una anciana. Un coche patrulla aparece por detrás y le pide que pare el coche. Él lo hace y, resignado, nos dice “¿Veis? ¡Esto con mi ley de abolir el código de circulación no pasaría! ¡La culpa es de los de siempre!”.